
Relatos: Una primera mirada en el 2017
Observo La Inmaculada
Se asciende por una montaña, o más bien, los residuos de una montaña, de la que se divisan dinámicas desarticuladas de expansión del territorio que aún conserva betas del campo; potreros, matorrales, cultivos, pequeñas zonas que albergan espacios transitorios, en donde La Inmaculada encuentra su punto de origen, en las afueras del municipio Rionegro. Inicialmente, el barrio fue una vereda que con la expansión de las fronteras se conectó con el parque central y otros barrios, que según cuentan están marcados por la violencia, que vivió también en otra época La inmaculada.
Estar en el lugar por primera vez fue bastante simpático, pues me pareció curiosa la forma estructural en la que se construyó. El barrio se ubica en una calle principal que hace poco fue pavimentada y que es el borde por donde inicia y se desprende montaña abajo la construcción de las casas. Este se fue expandiendo por una ladera de una montaña en forma de cono invertido que converge en una cancha, de manera que para el acceso a las diferentes viviendas se pasa por caminos y escaleras estrechas que forman unos curiosos laberintos para conectar las casas por zonas inesperadas.
Descubro en este recorrido inicial que la forma de distribución de las casas y del barrio se debe a la manera en cómo se expandieron los núcleos familiares, al generar estructuras de espacios con capacidades reducidas y aglomeradas desde sus orígenes, y que además en la actualidad aún se evidencia, pues desde el exterior que observo se ven algunos hogares en hacinamiento.
Este día visité una casa que tenía dos camas para seis personas. La vivienda quedaba dentro de un laberinto, lugar que para un sujeto poco observador no existiría. Allí el acceso era bastante curioso y sobre todo difícil para una mujer de tercera edad que vive en el lugar, esto me parece interesante porque me cuestiono la forma de habitar del cuerpo en medio de las paredes que la encierran.
En un segundo acercamiento percibo atractivo como ciertos objetos sobre las camas y en el suelo desplazan el cuerpo, este que finalmente se ve violentado no sólo por los espacios reducidos, sino también por los objetos que conviven con él; zapatos, cajas, bolsas etc. y otro tipo de elementos que permiten preguntarse ¿y... por qué están allí? si dentro del esquema regular de la organización de una casa suponemos que estos deben estar en otro sitio
Después de una observación externa abro diálogo con algunas personas. Encuentro historias del lugar; del espacio, de cuerpos violentados y de ambos aspectos conectados entre sí. Y así enlazo mis intereses y descubro que no sólo lo físico me hablan de ello, sino también las historias sobre la intimidad, cómo la relación de los espacios con el cuerpo también depende de la crianza a pesar del hacinamiento. Finalmente ello crean mecanismos de privacidad con objetos, como por ejemplo las cortinas, que al ser bajadas por algún miembro del hogar dan cuenta de que quiere estar solo o necesita del espacio para él.
Descubro también historias. La más cautivadora que encontré es sobre un hombre que le fue multada su mano derecha por la fuerza que propiciaba al golpear en las riñas, de manera que si llegaba a utilizarla en otra pelea podría ser llevado a la cárcel. Esta pequeña historia ha sido una de las que surgen en medio de la conversación, que evidencia aspectos sobre la violencia en los orígenes del barrio y el el cuerpo como factor relevante que la alberga.
Por otro lado, encontré una pequeña historia sobre la mala ubicación y distribución del espacio en una época en la que no tenían agua potable y debían cargar baldes de agua para abastecer sus casas, agua que finalmente no llegaba porque se desperdiciaba en las escaleras al subir rumbo a sus hogares.
Un primer recorrido… recorrido que genera gran cantidad de ideas, de conexiones, de relaciones con la gente, con cuerpos, con espacios, con los hogares, para finalmente decir ¿que me encontraré más adelante?.
Los hogares ocultos
Recorro nuevamente parte del barrio La inmaculada y me intereso específicamente por un lugar al que llaman “Los rieles”. Esta zona del barrio es la más inclinada estructuralmente, su origen, según cuentan algunos habitantes, nació bajo la necesidad de generar un camino para la construcción de más viviendas cuando los núcleos familiares empezaron a crecer. Esto propició ceder y heredar pequeñas zonas de tierras entre los que ya habitaban; de padres a hijos y nietos, hasta generar un tejido de casas, que no sólo tenían conexión por ser pequeñas y mal diseñadas, sino también un tejido familiar que perdura en la actualidad.
“Los rieles” dan la sensación de que fueron diseñados para dar paso a carros, y de hecho, la palabra como tal, remite a esa noción, sin embargo, curiosamente estos fueron construidos sólo para facilitar el paso del cuerpo, algunas motos y bicicletas de los habitantes y a sus espacios privados: sus casas.

El barrio La Inmaculada, especialmente “Los rieles”, tiene un olor característico, fusión de campo y urbanismo. El olor de animales de carga y ganado inundan el espacio que se recorre desde lo que entra por el olfato, hasta lo que se ve en los pies al caminar. Las secreciones de animales, con las que se convive recurrentes al andar, hasta la panorámica del monte cercano, no dejan de hablar del espacio, de las formas de habitar, no deja de hablar de las prácticas cotidianas.
Son “Los rieles” con su aroma particular, con su panorámica del campo casi a perderse, con su descender, ascender y viceversa, es lo que presencia mi cuerpo y los que habitan allí. Son “Los rieles” los que veré como un espacio que niega el cuerpo por su manera improvisada de construcción, que oculta vidas, pero que a su vez construye un barrio en su totalidad con sus ramificaciones.

La mansión de Alba Lucia: ¿Negar el cuerpo con los espacios? o ¿El cuerpo afirmación de los espacios?
La mansión de Alba Lucía, como he decido llamarle, es una casa que está ubicada en la parte baja del barrio. Es inevitable sentirse en el campo, pues a lo lejos se avista su “mansión” en medio del pasto cercado por alambres que se sostienen de palos con miles de formas. Por una puerta de madera pequeña y un sendero de piedras algo improvisado se llega directamente a su casa, allí se observa una estructura grande de adobes sin pintar con un segundo piso en el que habita otra familia correspondiente a su núcleo.
El interior de la casa tiene una distribución rectangular que conectada la sala, la cocina y las piezas por un pasillo. Tienen todas las “comodidades” de una familia sencilla y de esta manera lo hace ver ella, pues manifiesta sentirse bastante orgullosa de su hogar, de su familia, de las costumbres heredadas, de su barrio. Al hablar de su casa sale a relucir con altivez cómo su madre fue una de las fundadoras del lugar que habita, lugar que la vió crecer y en el que construye toda su vida; desde su matrimonio, la maternidad y como no, bienes materiales como su propia casa.
Al ingresar al espacio observo muchos objetos, elementos de su habitar que yo diría son objetos que desplazan el cuerpo; zapatos, periódicos, revistas, cajas en las camas, muebles y suelo, además de un sinfín de “cosas” que cuelgan en las paredes como sombreros, gorras, bolsos, almanaques e imágenes religiosas que ella afirma están ahí porque, según ella es su manera de vivir y no se avergüenza de ello. El orden pasa a un segundo plano, no está condicionado por los comentarios de las gente , algo como “así encontró usted mi casa, así estaba”.
Entablar una conversación con Alba Lucía es no parar de hablar, se extiende en sus historias, se pierde, regresa y quizás retoma o no, es un viaje al pasado escucharla. Cuando le planteo que quiero observar en su barrio y en su casa, como los espacios niegan el cuerpo, ella inmediatamente se remite a hablar de su familia, esposo e hijos, que inciden en dicha relación que recae en aspectos como la intimidad y la privacidad del hogar.
Para ella es inevitable no relacionar esta premisa con estos dos aspectos mencionados (cuerpo-espacio), a pesar de que no se dirige exactamente a lo que se pretende buscar esto es lo que ha surgido en medio del diálogo. Por ello su relación se despliega a entablar conexiones entre acciones y dispositivos que se generan en su hogar con relación al espacio y el cuerpo, como las cortinas, objetos que cumplen un papel comunicativo a favor de la intimidad y la privacidad.
Su casa, es la casa de las cortinas, una aquí, otra allá, elemento contraste del espacio habitado, elemento decorativo que a su vez, de manera bella, tiene una función comunicativa, adquieren el lugar de código familiar. Alba Lucía cuenta cómo el respeto hacia la intimidad del otro en su hogar depende fundamentalmente por la división de los espacios con cortinas por la falta de puertas y cómo su ausencia no incide en la necesidad del querer estar solo de cada individuo.
Alba Lucia se emociona al hablar de las cortinas, relación interesante con la que me topé y que no deja de resonar en estas frases: “…es que yo bajo esta cortina y al cerrarla, cuando me quiero vestir nadie entra…” o “…mi hijo cierra su cortina y yo ya sé que no puedo entrar…”. El hecho de verla actuar, al bajar las cortinas, para imitar la acción y ser comprendida más fácilmente me demuestra que los espacios como una negación del cuerpo en este caso no son de vital importancia. El cuerpo es considerado como afirmación del espacio, en donde confluyen dinámicas de habitabilidad y modos de estar, cómo culturalmente la personas se apropian de estos, el tejido corporal construido y cómo el cuerpo individual genera un tejido social con la familia que comparte y habita el lugar; casa, vecindad barrio o municipio.
El Laberinto de Doña Emma
Un laberinto que cuenta más que historias, es la impresión que me ha dejado recorrer el laberinto de Doña Emma, su casa es una más del barrio que se encuentra escondida tras muros y fachadas, oculta por una historia de familia que marca la forma de convivencia y distribución de su hogar, lugar que habita de manera distante entre paredes. Ella es una mujer de 80 años que dicen ser de temperamento fuerte y que es frecuente escuchar en los comentario del barrio, en los relatos de sus hijos al recordar la manera cómo viven en aquel laberinto.
A Doña Emma sólo logré verla de lejos. Se encontraba sentada en una pequeña cama conversando con uno de sus tantos hijos, pues dicen que tuvo alrededor de cuarenta y dos, siete pares de mellizos, cuatro abortos y de los que van en la actualidad veintinueve muertos. Todos hijos de las situaciones adversas de la vida, la mayoría llamados “viciosos y borrachos” que decidieron el destino del lugar que habita Doña Emma con algunos de los hijos que le quedan.

Dicen, además, que Doña Emma llegó hace 40 años, allí adquirió la que sería parte de su casa actual; una buena propiedad situada en lo que ahora es la calle principal del barrio y de la que se extendía montaña abajo un gran solar. Allí, tiempo después, sus hijos fueron adquirieron “malos vicios”, la mayoría de ellos alcohólicos, situación que hizo a Doña Emma tomar la decisión de dividir la casa y vender cada sector, con el fin de desterrarlos de su lado, para ella solo conservar el solar y una pequeña pieza ubicada en la parte trasera de la casa principal. Así nace el laberinto donde ella vive actualmente con varios de sus hijos que desprende más historias, más relatos, más viviendas construidas, como la Doña Marleny, otra de sus tantas hijas que construyó montaña abajo su casa.
Esta historia que resuena entre la gente del barrio me llevó a conocer aquel laberinto, lugar distinguido como el albergue de una de las familias más desarticuladas del barrio, no sólo por los conflictos internos familiares, si no también por la forma de habitarlo, pues es sabido por la gente que existen problemas de hacinamiento.
La entrada para el laberinto puede pasar desapercibida fácilmente, queda en medio de dos casas y oculta por unos cuantos escombros. El ancho es de aproximadamente 60 cm y solo cabe una persona; primero se encuentra un pasillo que lleva al abismo de las primeras escalas de concreto, luego se encuentra otro, “más corto”, para continuar el recorrido. Después de descender se llega finalmente a unas escaleras de madera, un tanto peligrosas e inclinadas, que son las que llevan a la primera casa, la que pertenece a Doña Emma, situada a mano izquierda del pasillo. Finalmente siguen otras escalas de concreto que son las que conducen a la casa de Doña Marleny, destino final para mí.
Al llegar a la casa de Doña Marleny asoma su rostro por medio de un portón rojo desteñido por el sol, abre sus puertas de manera amable con una sonrisa tímida a modo de saludo ya que al parecer es una mujer de pocas palabras. Cuando se cruza el portón se llega a un patio a medio hacer cubierto de madera húmeda y materas dispersas alrededor con cables y ropa colgada, en este lugar se alcanza a ver parte del barrio, desde este pequeño abismo se aprecia parte de La Inmaculada. En la entrada de la casa como tal se ve una pequeña sala y una sola habitación con una cortina que cuelga a modo de puerta, en el interior se alcanzan a percibir varias camas distribuidas a manera de “tetris”, se nota allí la cantidad de personas que habitan, una tras otras pasaban a saludar y confluían en la pequeña sala.
En la casa viven siete personas; Faber, Eduwin, Karen, Ferney, Mayerly y Doña Marleny, ellos duermen en una sola pieza y se las ingenian para no incomodarse. Las camas se distribuyen según las necesidades, ellos manifiestan al respecto que no tienen suficiente o casi nada de intimidad y que el espacio en el que viven les niega la posibilidad de estar cómodos, pues deben utilizar sus camas para otros tipos de actividades.
Es evidente el hacinamiento y la falta de privacidad que deben sobrellevar en su día a día cada miembro de la familia. Esta forma de habitar el espacio niega sus cuerpos completamente puesto que la distribución y medidas de la pieza no son acordes a las necesidades básicas que requieren para estar cómodos en el hogar. El espacio reducido y la pieza para siete personas produce varios efectos, como la falta de privacidad e intimidad, un modo de estar transitorio y falta de amor por habitar, pues la pieza se convierte en un lugar de paso destinado para horas de sueño y no para momentos de descanso, efecto que conlleva a estar por fuera del hogar realizar otro tipo de actividades.
Esto mismo sucede con toda la casa de Doña Marleny, en la cocina cabe una persona y tanto el baño como la sala son de espacios reducidos. Es por ello que muchas de las actividades del hogar se ven relegadas a realizarse en espacios que no están condicionados para hacerlas y que influyen en la negación del cuerpo desde el aspecto de la incomodidad, la ergonomía por la falta de espacio y la distribución en el hogar.
Su familia debe alimentarse en el suelo o de pie, en la sala o en la habitación. Los niños para realizar sus tareas deben hacerlo encima de las camas y el lavado de la ropa se realiza en medio de la cocina y el baño, lo que obstruye el paso para estos dos espacios. Estas actividades, que no tienen un lugar estable, producen otros efectos de negación del cuerpo en el hogar, como por ejemplo el evidente desorden que quizás es muy difícil de controlar, ya que los objetos, así sean decorativos o personales, desplazan el cuerpo al no tener más lugares donde ubicarlos, de manera que el desorden se incrementa y se acumula, llega a ser por momentos un panorama poco alentador para habitar el lugar.
Otro lugar en esta negación son las escaleras para llegar a su casa, estructura que le reprochan a la abuela Emma por haber vendido parte del mejor lote y dejar la peor zona con tan mala distribución para construir. Relatan ellos entre risas, cuantos y cuantas veces han “rodado” por las escaleras de las que se desprenden miles de anécdotas que sacan a relucir la incomodidad que sienten al tener que usarlas diariamente, pues está el dolor de rodillas de Marleny, la edad de Emma, el peligro constante para los niños y el paso reducido a una sola persona.
Estas carencias de estructuras poco favorables tienen efectos inmediatos en el cuerpo y Doña Marleny y su familia lo saben, no se les hace muy loco pensar en que los espacios que ellos habitan en varias ocasiones son espacios que niegan sus cuerpos y que ello no sólo repercute en aspectos visibles como la incomodidad, si no también en aspectos emocionales dentro del núcleo familiar que repercuten en la convivencia. Los objetos personales deben ser guardados bajo llave, porque a pesar de que contienen vínculos de sangre, todos hijos de Marleny, deben generar dinámicas y acciones para habitar en las que ellos puedan tener pequeños espacios para el albergue de sus pertenencias sin que se puedan confundir con las de los otros.
A pesar de no sentirse totalmente satisfechos con su hogar agradecen poder tenerlo como ahora se encuentra. Entre la variedad de historias por las que atravesé en tan poco tiempo, Doña Marleny saca a relucir muy orgullosa el relato sobre cómo construyó su primera casita en madera que varias veces fue arrasada por el barro cuando llovía, pero que gracias a sus hijos, que empezaron trabajar en construcción, lograron hacer la casa actual en ladrillo y concreto que les dio más estabilidad para vivir un poco más seguros, sin dejar de tener espacios reducidos para habitar cómodamente.
Sin preguntar mucho sobre ellos de inmediato se remiten a hablar de su casa; que “la alcaldía dará tal beneficio, que necesitan esto y lo otro para mejorar su vivienda”, gran cantidad de temas surgen al respecto. Manifiestan con gran añoranza los ideales de la casa perfecta, los proyectos y reformas que harían en ella, para finalmente ver en sus ojos como cada uno construye con su imaginación el segundo piso que aún no existe porque no cuentan con los recursos suficientes para hacerlo. Ellos saben hay otros modos de vivir cómodamente, sin negación de sus cuerpos por los espacios reducidos, pero también saben que de algún modo con el tiempo tendrán la oportunidad de materializar esa casa idealizada a una casa real.
Es así como un laberinto puede contar más que historias de familias entre risas y llantos. Un laberinto que es la evidencia de un modo de estar que niega el cuerpo en el que confluyen problemáticas de espacio, de hacinamiento, de incomodidad; problemáticas sociales, culturales, económicas en aspectos municipales, barriales y familiares que repercuten directamente en el cuerpo.

Los objetos que nos desplazan: Gladys y el andar entre cosas
Suele pasar que muchas veces los objetos nos desplazan sin darnos cuentan. Los tomamos para nuestros propios fines, o para fines que creemos útiles, pero curiosamente son ellos los que terminan tomándonos a nosotros, desplazándonos, negándonos el espacio. La acumulación de objetos es muy común en las viviendas del barrio La inmaculada; cosas que cuelgan de las paredes, cosas encima y por debajo de las camas, cosas en los muebles, cosas en las sillas, cosas por todos lados, que finalmente hacen parte del paisaje que cada individuo construye en su casa, paisaje que se convierte en una saturación a tal punto que los habitantes, sus cuerpos en el espacio, sus hogares, creen convivir en una supuesta “armonía” con los elementos, o que al menos ya se han acostumbrado a tal panorama.
Este panorama, la supuesta armonía, el desplazamiento y negación del cuerpo con objetos como zapatos, cajas, bolsas en el suelo, gorras, cuadros y cuanta “cosita” pegada en la pared, estén plegados también y a la vez al cuerpo, en el sentido de que no se distancian de la vista del hogar,
pues los habitantes de la casa han construido así su forma de habitar. Esta convivencia o habitar del espacio con los objetos, se convierte en algo extraño. Tal es el caso, como muchos otros, en la casa de Gladys y su familia, lugar que se habita entre la acumulación, que prefieren alimentarse de pie antes que usar la mesa, pues esta se encuentra cargada de muchos objetos.
El recorrido en la casa de Gladys, en la casa de la mujer que no para de hablar, que entretiene con chistes, con historias sobre ella, sobre su familia y sobre el barrio, es muy interesante. Allí se permite identificar dinámicas del habitar en el panorama de los objetos en el espacio que desplazan y niegan el cuerpo, situación que comporta una dimensión nueva sobre la negación de éste desde el propio habitar de manera inconsciente que se debe principalmente a las costumbres y lazos que se engendran en la familia en relación con los espacios de la casa. Este acto inconsciente del desplazamiento y negación está constantemente hablando de cada individuo.
La casa de Gladys es un andar entre “cosas”, un andar que nos desplaza y niega el cuerpo al ser obstruido por los objetos. Estos generan un panorama desalentador por la acumulación, pero finalmente contribuyen a un andar acogedor, pues ella enlaza cada espacio de su hogar a historias del barrio.
En su relato saca a relucir a su madre María Auxilio del Socorro Murillo como una de las fundadoras del barrio y “Los Rieles” que ayudaron a la expansión de La Inmaculada. También relata que parte de la casa actual donde vive fue anteriormente un inquilinato de su madre, en el que habitaban muchas personas, historias y cuerpos negados por el espacio: por el hacinamiento.
…Y así, muchas historias escuché salir de sus labios y mientras ella no paraba de hablar y yo atenta escuchaba fue inevitable el gritar de su hijo a lo lejos que decía en un tono de burla “Que desorden tan hij…” para yo inmediatamente preguntarme ¿será que solamente es desorden, será algo más que eso, un desplazamiento, una negación del cuerpo con los objetos?…